Don Ramón María del Valle-Inclán y el Hijo de Echegaray

Don Ramón, no podía olvidar…

¡Qué carajo!

¡No, quería olvidar!

Que los mezquinos José Echegaray y Wenceslao Fernández Flórez, le negaran el primer puesto en el concurso literario convocado por el periódico «El Liberal», había sido una estocada directa a su orgullo.  ¡Y más! cuando Juan Valera ― que no dejaba de ser otro de los miembros de aquel putrefacto jurado ―, había elogiado su relato en una de las columnas del diario donde trabajaba.

«¡Malditos y tristes, envidiosos!»

Se había repetido desde entonces, sintiéndose víctima de un miserable e injusto complot. ¡Aquellos dos canallas le habían arrebatado lo que, por justicia y honor, le pertenecía!

«¡Tenía que resarcirse!»

Se repitió sin descanso, dispuesto a no cejar en su empeño; por lo que transcurrido un tiempo prudencial, volvió a presentar un relato al concurso literario que volvía a convocar «El Liberal».

«¡Esta vez sería distinto!»

Redundaba incesantemente convencido de que simplemente por vergüenza, sus dos declarados enemigos no podrían volver a incurrir en la ignominia anterior.

Y, sin embargo…

José Echegaray y Wenceslao Fernández Flórez, en lo que para todos sería una decisión sin parangón, presionaron a los demás miembros del jurado para que el primer puesto quedase desierto, y a don Ramón se le menospreciara con un humillante segundo puesto.

«¡Mezquinos! ¡Ruines! ¡Viles! ¡Desgraciados!»

Estalló don Ramón en soledad mientras, en público, declaraba una guerra sin cuartel a los dos canallas que le negaban, entre sórdidas conjuras y compra de voluntades, su reconocimiento.

Así transcurrió un día, una semana y varios meses hasta que, una mañana fría del mes de febrero, el destino enredó para ofrecer a nuestro famoso escritor la oportunidad de resarcirse…

Se encontraba aquella jornada nuestro célebre dramaturgo enfrascado en un coloquio literario que se estaba celebrando en uno de los famosos cafés de la capital, cuando uno de los tertulianos que asistía ― ya fuese a propósito o peor mera inconsciencia ―, sacó a relucir la obra de José Echegaray.

Como era de esperar, don Ramón de Valle-Inclán sintió un calor abrasador en el pecho. Mudó el gesto, apretó el puño de la mano que le quedaba y, alzándose como un rayo sobre los allí reunidos, profirió:

― ¡Ese don José es un hombre obsesionado con la infidelidad matrimonial!

Bufó con fiereza antes de añadir…

― ¡Bien podemos deducir que todas sus obras son autobiografías!

Todos los oyentes, ― incluido el que había puesto el tema en cuestión ― rieron con efusividad.

Todos.

Menos uno…

― ¡Cállese!

Rugió a su espalda un joven de pulcra y galante indumentaria, señalándole con vehemencia.

― ¡No tiene derecho a hablar así de don José Echegaray! ¡Él…!

Iba a continuar recriminándole el elocuente y sagaz insulto cuando don Ramón, girándose con el ceño fruncido, le interrumpió.

― ¿Y quién es usted para mandarme callar?

El joven, creyendo que cuando revelase su identidad conseguiría acallar al soberbio literato, exclamó con orgullo:

― ¡Soy el hijo de José Echegaray!

El joven, creyendo haber sorprendido al altanero escritor, no le veía sin otra opción que enmudecer, agachar la cabeza y encajar el golpe. Reacciones estas que, sin duda, se hubiesen producido en su reprendido, si no fuese quien era…

Don Ramón María del Valle-Inclán, en vez de encajar el golpe y asumir que había sido cazado despotricando contra su enemigo, no solo le miraba de arriba abajo, sino que sarcásticamente, sonreía.

El Joven, presintiendo que algo no iba como había calculado, tembló.

Y don Ramón, alzó la barbilla…

― ¿Está usted seguro, joven?

Contestó el extraordinario novelista, poeta y dramaturgo pontevedrés, levantando el regocijo y el aplauso general de cuantos tuvieron la fortuna de atender a su genial e inigualable respuesta.

El joven agachó la cabeza.

Y don Ramón, le volvió a dar la espalda.

―Como les iba diciendo…

Don Ramón de Valle-Inclán, genio inigualable cargado de anécdotas. Una de las muchas que tiene a lo largo de su vida, es la que, modestamente, he novelado hoy; por lo que, estoy convencido que volverá a pasarse algún día por Historias de un Instante para hacernos disfrutar.

Para terminar, me gustaría reseñar que Oscar Santos García, en su artículo «Anecdotario del Valle-Inclán: Vida y Leyenda de un Escritor Heterodoxo» quien, aparte de resumirnos estas anécdotas, nos dice sobre el autor:

«Valle-Inclán siempre se supo escritor, y percibió desde muy pronto que para hacerse un hueco en la República de las letras y soportar la estrecha e hipócrita sociedad española de aquel momento, tenía que hacerse un personaje a su medida, vivir en escritor. Así, diseñó una máscara ― la mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá, Ramón dixit ―, con una silueta inconfundible y una personalidad altanera y contradictoria. De las anécdotas a su categoría: un forjador de estilo».

Autor: José Antonio López Medina

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¡Un fuerte abrazo de todos!

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