Stanislav Petrov, el Hombre que Salvó el Mundo de la Tercera Guerra Mundial.

La agujas del reloj marcaban las 00:14 cuando en uno de los monitores del búnker Serjupov-15, encargado de la vigilancia, coordinación y la defensa aeroespacial rusa, comenzaba a emitir un sonido inusual.

– ¡Señor!

El teniente coronel Stanislav, alarmado ante el tono en el que se requería su presencia, saltó de su asiento.

Algo en su interior le decía que debía darse prisa en atender el requerimiento del soldado, ya que la situación era más que crítica, por no decir, extremadamente delicada, pues hace apenas unos días el ejército ruso había derribado un avión surcoreano que había invadido espacio aéreo sovietico. Como respuesta, la OTAN, en un claro gesto por enviar un mensaje amenazador, había realizado ejercicios militares.

Rápidamente, mientras el resto de soldados dejaban de observar sus ordenadores, llegó junto al soldado.

Éste, con el rostro desencajado y el mentón tembloroso, se había levantado para saludar marcialmente a su superior.

Stanislav, que no esperaba ni mucho menos encontrar en aquel estado de nervios a aquel soldado, omitió la orden por la que aquel soldado debía informarle y observó la pantalla.

Fue entonces cuando su boca se secó y sus músculos se tensaron.

Los americanos acababan de disparar un misil.

Si los cálculos era correctos, en veinte minutos alcanzarían la Unión Soviética…

Con aquel paso dado por parte de los norteamericanos, el mundo se sumergiría nuevamente en una profunda oscuridad… las armas nucleares que ambos países poseían, exterminarían, en cuestión de segundos, a millones de personas inocentes dando comienzo a la tercera guerra mundial…al fin del mundo…

Sin embargo, el teniente coronel tenía una duda que le aportaba un rayo de esperanza…

¡¿Y si todo era un error?!

Si se hubiera producido realmente un ataque, lo lógico hubiera sido el lanzamiento de cientos de misiles en un ataque total que fulminará al enemigo de un plumazo.

Aquel solitario misil era algo ilógico…

El fin del mundo no podía comenzar por un solo misil…

Debía ser un error…

¡Tenía que ser un error!

O al menos eso quería creer…

Mientras aquellos nefastos pensamientos y aquellas angustiosas dudas ocupaban la mente de Stanislav, el reloj, lento pero incesante, había comenzado una angustiosa y definitoria cuenta atrás.

– Deme el teléfono.

El soldado, con mano temblorosa pero rápido movimiento, descolgó el auricular y se lo entregó al teniente coronel.

Éste, que había empezado a sudar profusamente mientras el nudo de la corbata comenzaba a estrangularle, giró la ruleta hasta marcar los dígitos que le conectaban con sus superiores.

Mientras el tono de llamada ofrecía señal, no pudo contener la tentación de mirar de reojo el radar.

Aquel pequeño punto lanzado desde territorio enemigo avanzaba incesante hacia ellos mientras el mundo contenía la respiración.

El destino de cientos de vidas estaba en sus manos…

Debía tomar una decisión…

Todo dependía de su intuición… de su planteamiento…de lo que él creía o lo que quería creer…

¿Qué hacer?

¿Qué creer?

Cuando al otro lado de auricular descolgaron, Stanislav sintió una sacudida nerviosa que le hizo estremecerse.

– Señor, debo informarle de que el radar ha detectado una alarma de lanzamiento por parte del enemigo.

Se hizo el silencio durante unos segundos…

Stanislav tragó saliva…

Era el momento de desatar una guerra mundial o no querer creer lo que sus ojos observaban en el radar achacando todo a un error informático.

– Señor todo está preparado y responderíamos en cuestión de minutos…

Sus piernas comenzaron a temblar mientras sentía como el sudor de su cuerpo se volvía frío como el hielo.

Cerró los ojos y volvió a tragar saliva mientras sentía el latir de su corazón en las sienes, las muñecas y el pecho.

Debía tomar una decisión…

Acertar o errar dependía de su intuición…

De lo quería creer o de lo que debía creer…

¿Qué camino tomar?

Muerte o vida en una decisión…en unas palabras…

Todo se había detenido… silenciado y contenido mientras un silencio atronador lo inundó todo.

Los allí presentes contuvieron la respiración…

Ya no quedaba apenas tiempo…

Debía decidirse…

– Señor, en mi opinión…

Aquella pausa de apenas unos segundos le dio el margen suficiente para observar el rostro de los angustiados y atemorizados soldados que allí estaban presentes.

Si daba como cierto lo que el radar había mostrado, la Unión Soviética, acertando o no, se anticiparía defendiéndose con un ataque total sobre Estados Unidos, propiciando así un contraataque bestial donde morirían cientos de personas entre las que se encontrarían sus madres… sus mujeres… sus hijos e hijas… sin embargo, si se arriesgaba a apostar por el fallo informático, que era lo que necesitaba creer… era posible que lo evitara todo… todo… todo…

En aquel instante, Stanislav tomó aire y cerrando los ojos nuevamente, dijo…

– … creo firmemente que se trata de un error informático y que deberíamos omitir toda respuesta. Aun así, como el protocolo dicta, era mi obligación informarles.

El silencio volvió a aplastarlo todo…

La suerte estaba echada…no había vuelta atrás…

Stanislav colgó el teléfono y se sentó frente al monitor que debía mostrar, en cuestión de minutos, su grandioso acierto o su terrible error.

Los minutos se convirtieron en siglos mientras aquel pequeño punto avanzaba… y avanzaba…

El reloj, impasible a su destino, siguió avanzando sin complejo ni compasión hasta marcar las 00:34.

El punto había desaparecido del radar…

Si el teléfono sonaba había errado… si no era así… había salvado el mundo…

00:21

Silencio…

00:22

Quietud…

00:23

Tras tres angustiosos y agónicos minutos, Stanislav vació lentamente sus pulmones y cerró los ojos mientras por su mejilla caía una lagrima…

Los soldados se abrazaron…

Todo había sido un error…

La intuición de Stanislav Petrov aquel 26 de septiembre de 1983 había salvado el mundo de la que, tal vez, hubiera sido la mayor deflagración del mundo.

Mi pregunta es…

¿Hoy en día pasaría lo mismo?

Espero que si… necesito creer que si…

Para él, este humilde homenaje.

Autor: José Antonio López Medina

Deja un comentario